Tradicionalmente se piensa que los niños obedientes son aquellos que se portan bien. Pero ¿somos conscientes de los peligros que supone una obediencia ciega?¿De verdad queremos que nuestros hijos nos obedezcan sin rechistar? Sigue leyendo si quieres saber más.
Si pensamos en el niño que mejor se porta del mundo, seguramente nos venga a la cabeza la imagen de un niño educado, que obedece siempre a la primera y hace todo lo que le pedimos sin protestar. Esta idealización no solo es imposible, si no que, por nuestro bien y por el bien de nuestros hijos, no debe ser así.
Para empezar, se trata de algo imposible de conseguir. La naturaleza de los niños es inquieta, curiosa, siempre buscando el movimiento con ansias de descubrir y experimentar. Pretender que un niño haga lo que le pidas constantemente es, sencillamente, inviable.
Pero por otra parte, en el hipotético caso de que los niños fueran obedientes de manera ciega a todo lo que les pedimos, las consecuencias tanto para ellos como para nosotros serían devastadoras.
Veamos el por qué.
¿Cómo quieres que sean tus hijos?
Hagamos un ejercicio de visualización. Imagina cómo será tu hijo/a dentro de 20 años, o mejor dicho, cómo te gustaría que fuera.
Seguramente estés imaginando una persona con alguna de estos rasgos:
Seguro de si mismo/a
Independiente
Con motivaciones e inquietudes
Que tome buenas decisiones
Valiente
Con criterio
Responsable
Resiliente
Resolutivo/a
Con autocontrol
Humilde
Que se enfrente a las injusticias
Ahora bien ¿crees que un niño sumiso y obediente en todo lo que le pidamospodrá convertirse en un adulto con estas características? Seguramente no.
Cuando intentamos que nuestros hijos nos obedezcan sin ponernos en duda, simplemente «porque lo digo yo» estamos anulando la posibilidad de desarrollar muchas de las habilidades que necesitarán en su vida adulta para poder vivir plenamente.
Un ambiente represivo, en el que pretendamos tener controlados al 100% cada movimiento de nuestros niños/as está destinado a fracasar, tanto a nivel personal como en el grupo familiar. A continuación veremos los motivos.
Los peligros de la obediencia
Con este post no pretendo ser alarmista, pero sí hacerte reflexionar en las consecuencias que tiene una posición autoritaria y cerrada al diálogo con los niños/as. A continuación te presento los motivos por los que no deberías pretender tener unos niños super obedientes.
Después de la infancia llega la adolescencia
Cuando los niños son pequeños, van a ser obedientes a sus padres o cuidadores porque son sus figuras de referencia. Nosotros somos su faro, y a priori es bastante sencillo conseguir que se acostumbren a seguir nuestras órdenes por el simple hecho de que somos mayores. El niño confía en nosotros y presupone que tenemos razón en todo y que por lo tanto debe obedecernos.
Sin embargo, a partir de los 11 o 12 años, sus figuras de referencia van a cambiar y nosotros pasaremos a un segundo plano. Con la llegada de la adolescencia nuestros hijos empezarán a fijarse y a seguir a otras personas que escapan a nuestro control, como son amigos o compañeros de clase.
Si durante su infancia un niño está acostumbrado a obedecer de manera sumisa a sus padres porque son sus figuras de referencia, hará lo mismo con sus nuevos referentes durante la adolescencia, lo cual es bastante peligroso.
Por el contrario, un niño que ha aprendido a desarrollar un pensamiento crítico y a tomar sus propias decisiones durante la infancia será capaz de no dejarse arrastrar por terceros y así evitar situaciones indeseables.
Tarde o temprano alguien va a ofrecer a tus hijos tomar drogas o montarse en un coche al que no deben subir. Cuando llegue ese momento preferirás que no obedezcan porque es lo que están acostumbrados a hacer, sino que sean capaces de decidir y decir que no.
El consentimiento comienza en la infancia
Hay una situación que se repite en casi todas las familias con bastante frecuencia. Es algo así:
– Mira Lucía, dale un besito a la tía Herminia, que ha venido del pueblo+ ¡No! ( Lucía no tiene ninguna gana de besarla porque no tiene ni idea de quién es y preferiría besar a un cactus).-Uy! ¡pero que niña más mala! ¡Con lo que la tía Herminia te quiere! Anda, dale un besito que si no se va a poner muy triste y ya no te va a querer más. Haz lo que te digo.(Tras varios tiras y aflojas, Lucía acaba dándole un beso, en contra de su voluntad).
Esto, que puede parecer una anécdota sin importancia, esconde un peligro que todo el mundo debería conocer.
Cuando obligamos a nuestros hijos/as a besar o abrazar a alguien en contra de sus deseos, lo que realmente están aprendiendo es que deben complacer a los demás, incluso en contra de su voluntad, solamente para evitar que el tercero en cuestión se sienta mal. Es decir, anteponer el deseo de los demás a su propia voluntad. Escalofriante ¿no crees?
Cuando esta conducta se repite una y otra vez, va creando una impronta en el subconsciente y un aprendizaje para el resto de su vida muy difícil de erradicar.
Catorce años después, Lucía está en el asiento de atrás de un coche con su novio. Este le pide hacer algo, pero ella no está muy convencida, no quiere hacerlo. Su novio le dice «¡con lo que yo te quiero! si no lo haces es que no me quieres lo suficiente«. ¿Cómo crees que va a reaccionar Lucía? Pues haciendo lo que aprendió desde pequeña: anteponer el deseo de los demás a su voluntad para no herir los sentimientos del otro. Y es algo que deberíamos evitar.
La infancia es el gimnasio de la vida
Esta es una frase de Marisa Moya, una de las grandes impulsoras de la Disciplina Positiva en España, y me encanta: La infancia es el gimnasio de la vida.
La infancia es el momento en que los niños deben practicar, equivocarse, entrenarse, en definitiva, para todo lo que tendrán que hacer frente cuando sean mayores. Un niño sumiso y criado en un ambiente autoritario, no va a saber defender sus intereses cuando sea un adulto, porque solo sabe obedecer.
Enfrentarse a un jefe abusivo, negociar los términos del contrato de alquiler o poner una reclamación en un comercio son habilidades que se «practican» durante la infancia y que son fundamentales en el mundo real. Para ello es necesario que les brindemos la oportunidad de llevarnos la contraria, de negociar y debatir para llegar a acuerdos. Así ellos entrenan las capacidades que el día de mañana les permitirán desenvolverse mejor en la vida.
Somos adultos, pero no perfectos
En ocasiones tendemos a pensar que por el hecho de haber vivido más añossomos poseedores de la verdad absoluta y que nunca nos equivocamos. Y no es así.
Cuando permitimos a los niños debatir nuestra postura, llevarnos la contraria y expresar su punto de vista, muchas veces nos van a situar delante de un espejo al que quizá no queramos mirar.
Los niños nos van a mostrar nuestras debilidades, las cosas que desconocemos y en las que hemos fallado. En ese momento, cobijarnos en el «haz lo que yo te diga porque soy tu padre/madre» solo va a servir para escondernos de una verdad que va a seguir estando ahí.
Atreverse a negociar, dialogar y considerar la opinión de los niños nos va a servir para hacer autocrítica, conocer nuestros errores y enmendarlos, a la vez que les enseñamos que no existen personas perfectas, ni siquiera nosotros.
Pero entonces, ¿cómo les educo?
Puede que estés pensando que lo que te propongo es darles completa libertad a tus hijos, no ponerles ningún límite y que la madre naturaleza se encargue de educarlos de ahora en adelante. Bueno, pues no es así.
Los niños necesitan limites . Y necesitan que se los pongamos nosotros. De hecho, no poner límites a nuestros hijos no solo es una irresponsabilidad si no que es la peor faena que podemos hacerles.
Ahora bien, ¿cómo podemos ponerles límites sin obligarnos a obedecernos? Aquí van unas cuantas ideas.
Mantener siempre el respeto hacia el niño
Ganarnos al niño, no ganar al niño
Negociar las normas
Hacer que confíen en nosotros
Confiar en ellos
Enfocarse en soluciones
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