Todos estamos de acuerdo en que la tecnología digital y la comunicación se han filtrado de una forma casi omnipresente en la vida cotidiana actual, al menos en las sociedades occidentales. Muchas de las cosas que hacemos en día a día pasan por el uso de un ordenador o aún más, de un Smartphone que va con nosotros a todas partes. Ver el pronóstico del clima, organizar nuestra agenda personal, tener un directorio, interactuar con amigos y familiares, hacer una compra o elegir el proveedor de un servicio determinado… todos los anteriores son sólo algunos de los ejemplos de lo que podemos hacer utilizando un pequeño dispositivo portable con conexión a internet. Mucho se ha abordado el cómo esta presencia invasiva de la tecnología puede incidir en gran medida en la forma en que nos relacionamos unos con otros y sobre los efectos sociales de la tecnología.
La Psicología busca explicar cómo las personas pueden convertirse en dependientes de las relaciones creadas gracias a la tecnología y descuidar lo que auténticamente sucede a su alrededor. La Sociología investiga cómo esta nueva forma de aproximarnos a la realidad social puede modificar el tejido de la comunidad. Y la Ética y la Filosofía intentan responder, entre otras muchas, a la cuestión de si estas nuevas maneras de relacionarnos y entender al mundo han afectado la construcción de motivaciones y valores que nos mueven como seres humanos.
Los efectos sociales de la tecnología: ¿nos hemos transformado?
¿Las tecnologías de la comunicación y la información, su inmediatez y presencia constante nos han modificado? ¿Han degradado nuestra escala de valores? Dar una respuesta unívoca a esta pregunta es demasiado complejo, pero seguramente lo que sí podemos afirmar, es que no forzosamente ha de ser la responsable de lo que sucede en la sociedad: bueno o malo. Más bien lo que hace la tecnología es actuar como una lupa que magnifica las deficiencias o las virtudes de una persona y por supuesto, de la comunidad a la que pertenece.
La forma en que reaccionamos ante el sufrimiento del otro, la empatía que podemos mostrar hacia los demás, no dependen o se limitan por el uso de internet. Pero sí pueden verse incrementados exponencialmente, lo mismo que la discriminación y el insulto. Es una gran máquina de multiplicar de forma exponencial los sentimientos, las ideas y las palabras de las personas y los grupos.
Ello no debe ser tomado como una catástrofe. Porque sí, existen los “trolls” de internet. Existen las personas que verterán odio y comentarios detestables por doquier en la web. Pero no podemos culpar a la tecnología, pues no es ésta la que convirtió a esas personas en egoístas en primer lugar. Y además, el panorama no es negativo al cien por ciento. La filantropía, las acciones humanitarias, la ayuda mutua, todas estas caras brillantes de humanidad y altruismo también encuentran eco en Internet. La web es un reflejo de la sociedad y no un ente aislado. De esta forma podemos concluir que no, la tecnología no degrada ni mejora a una sociedad. Es una herramienta de comunicación muy poderosa que magnifica las entrañas de una comunidad, ni más, ni menos.
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